Por Juan Forn
Es famoso el intercambio de palabras que tuvieron Nikita Kruschev, líder supremo de la URSS, y Chou-en-Lai, mano derecha de Mao, cuando se vieron por primera vez las caras. Kruschev, que era hijo de campesinos pobres, inició la conversación diciendo:
Es famoso el intercambio de palabras que tuvieron Nikita Kruschev, líder supremo de la URSS, y Chou-en-Lai, mano derecha de Mao, cuando se vieron por primera vez las caras. Kruschev, que era hijo de campesinos pobres, inició la conversación diciendo:
“Me temo que usted y yo tenemos pocas cosas en común”.
Chou, hijo y nieto de mandarines, lo corrigió con delicadeza:
“Algo tenemos en común. Los dos somos traidores a nuestra clase”.
Hay un momento básico en la construcción de la propia identidad en el que uno siente que, de todas las maneras de equivocarse que tiene a su disposición, ninguna es peor que aceptar la idea de la vida que tienen nuestros padres, o los mayores a secas. Es un momento fulminante: el instante en que se descubre con terror y alborozo que uno es capaz de caminar solo, por vacilantes que sean los pasos que dé. Es una sensación inolvidable. Es algo que pienso invariablemente cuando escucho hablar a Macri, a De Narváez, a Prat Gay: que, a diferencia de las personas normales, el núcleo duro de la identidad de estos tipos, la piedra basal de su personalidad, es lo que les inyectaron por ósmosis desde la cuna, lo que les dijeron que eran. Esa herencia, esa certeza, es no sólo su principal capital político sino también su único signo de identidad.
Cuando comenzaron a darse los primeros números el domingo a la tarde, apareció por tele el ganadero Hugo Biolcati diciendo: “Nosotros tenemos nuestros propios cómputos y nos guiamos por ellos”. Sospecho que todos los partidos tenían sus propios números, y me parece de lo más lícito que los tengan, pero ese “nosotros” de Biolcati tenía la inequívoca, mayestática sonoridad que se inyecta a fuego desde la cuna a los nacidos “en buena cuna”. Confesión de parte: fui al mismo colegio que Macri, Prat Gay y De Narváez. Los conozco de cuando éramos chicos. Debería decir que los desconozco porque en realidad no sé nada de ellos, no tuve y no creo que vaya a tener trato con ellos (no me los imagino en Villa Gesell). Sin embargo, cada vez que los escucho hablar me recorre la espalda un escalofrío de familiaridad y siento: yo los conozco a estos tipos, los conozco de adentro.
Por supuesto, no hace falta haber ido al colegio con De Narváez, Prat Gay y Macri para saber que la idea de país que tienen se subordina a sus intereses, a ese “nosotros” enunciado por Biolcati. Detrás de ese “nosotros” están, por supuesto, el campo y los bancos, el polo y el rugby, la Iglesia y los countries.
Hay un momento básico en la construcción de la propia identidad en el que uno siente que, de todas las maneras de equivocarse que tiene a su disposición, ninguna es peor que aceptar la idea de la vida que tienen nuestros padres, o los mayores a secas. Es un momento fulminante: el instante en que se descubre con terror y alborozo que uno es capaz de caminar solo, por vacilantes que sean los pasos que dé. Es una sensación inolvidable. Es algo que pienso invariablemente cuando escucho hablar a Macri, a De Narváez, a Prat Gay: que, a diferencia de las personas normales, el núcleo duro de la identidad de estos tipos, la piedra basal de su personalidad, es lo que les inyectaron por ósmosis desde la cuna, lo que les dijeron que eran. Esa herencia, esa certeza, es no sólo su principal capital político sino también su único signo de identidad.
Cuando comenzaron a darse los primeros números el domingo a la tarde, apareció por tele el ganadero Hugo Biolcati diciendo: “Nosotros tenemos nuestros propios cómputos y nos guiamos por ellos”. Sospecho que todos los partidos tenían sus propios números, y me parece de lo más lícito que los tengan, pero ese “nosotros” de Biolcati tenía la inequívoca, mayestática sonoridad que se inyecta a fuego desde la cuna a los nacidos “en buena cuna”. Confesión de parte: fui al mismo colegio que Macri, Prat Gay y De Narváez. Los conozco de cuando éramos chicos. Debería decir que los desconozco porque en realidad no sé nada de ellos, no tuve y no creo que vaya a tener trato con ellos (no me los imagino en Villa Gesell). Sin embargo, cada vez que los escucho hablar me recorre la espalda un escalofrío de familiaridad y siento: yo los conozco a estos tipos, los conozco de adentro.
Por supuesto, no hace falta haber ido al colegio con De Narváez, Prat Gay y Macri para saber que la idea de país que tienen se subordina a sus intereses, a ese “nosotros” enunciado por Biolcati. Detrás de ese “nosotros” están, por supuesto, el campo y los bancos, el polo y el rugby, la Iglesia y los countries.
Pero lo que a mí me salta más nítidamente a la vista cada vez que escucho hablar a De Narváez, a Macri, a Biolcati, a Prat Gay, es su cobardía más íntima: que nunca, nunca, se hayan atrevido a pensar nada por sí solos, que hayan esquivado todas las oportunidades que les salieron al paso para construir su identidad con sus propias palabras, que sean incapaces de ver en la palabra “nosotros” otra cosa que un atávico mecanismo reflejo que les permite identificar al instante quién es como ellos y quién no.
3 comentarios:
MUY BUENAS LA NOTAS, DE HECHO LAS REENVÍO A ALGUNOS AMIGOS. IDEBÍA UN COMENTARIO DESDE HACE TIEMPO, LO QUE PASA ES QUE A NIVEL TECNOLÓGICO VOY EN CARRETA.
Compañeras y compañeros,
¿Y si vamos todos a esperar a la Presidenta Coraje, el día que regrese de su misión, como dice la editorial de abajo?
Hagamos correr la propuesta sugerida en el último renglón de esta nota editorial. Permanezcamos todos en contacto.
La América Latina en rebeldía
*Jorge Giles
(Publicado el domingo 5 de Julio de 2009 en El Argentino)
Arde Honduras, territorio avasallado de América Latina.
Arde la democracia. Arde la memoria colectiva de los pueblos.
Como si no bastaran la sangre derramada, los centenares de miles de desaparecidos, los torturados, los asesinados, la república perdida.
Como si no bastara tanta vida trunca, los gorilas blindados, con sus tanquetas y metrallas, volvieron a través de Honduras para imponer sus oscuros propósitos.
Propósitos que nunca serán mejores y más dignos que los que defienden los pueblos.
Propósitos que son una mezcla sucia de dinero, de poder concentrado, de latifundio, de narcotráfico cruzándolos por el medio, de políticas militaristas y de ajustes neoliberales.
Un golpe militar, el pasado domingo, secuestró al presidente democrático Manuel Zelaya.
Lo pusieron en un avión y en plena madrugada lo expulsaron de Honduras.
La OEA, Organización de Estados Americanos, con la presidencia de su Asamblea a cargo del canciller argentino, Jorge Taiana, y la presencia de su Secretario General Miguel Insulza en el país centroamericano, buscó intensamente el dialogo pero se encontró con el fanatismo salvaje de los golpistas y la complicidad con ellos de políticos de derecha, altos jerarcas del poder judicial y de la iglesia católica.
Los golpistas y sus secuaces atrasaron 30 años el reloj de América. Es claramente un golpe contra los nuevos tiempos que corren en el continente y en el mundo. Pareciera ser incluso, un golpe contra Barack Obama, como sostienen algunos respetados analistas y dirigentes políticos.
La represión es brutal. La resistencia popular hondureña, ocupa legítimamente las calles de los pueblos y los campesinos llegan hasta Tegucigalpa para defender la democracia y a su legítimo Presidente.
Cristina, la Presidenta de todos los argentinos, está en el medio de la disputa. Con la misma actitud y coraje con que acudió el día que acorralaron a Evo Morales y la democracia boliviana y ella salió a empujar una urgente reunión de UNASUR para salvar a Bolivia del pasado oprobioso de los golpistas del fascismo local. Con esa misma pasión americana, hoy está junto al pueblo de Honduras.
En honor a su coraje y patriotismo latinoamericano, tendrían que ser muchos los argentinos que concurran a esperarla cuando regrese de Honduras.
(La nota continua)
Puf, de los ricos no se puede esperar nada mas que soberbia. Soberbios como Ripoll, Kirchner, Macri, De angeli, son todos ricachones aburridos. Son todos iguales.
Ya lo decía Orwell, solo de los proletarios va a salir la solución a sus problemas...
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