miércoles, 8 de junio de 2011

Civilización y Barbarie a la santafesina

Por Aníbal Fernandez

Rogelio Alaniz no es un buen crítico literario. Y mucho menos un analista político. Entre aquellos que cumplen dignamente esas profesiones y Alaniz, hay un campo de distancia. Claro, él no lo advierte y su entorno no se lo dice. Seguramente porque no debe ser fácil hallar una pluma tan envilecida, ni un discurso tan obtuso y hay medios que necesitan de estas degradaciones.

Rogelio Alaniz ocupa, de tanto en tanto, una página del diario El Litoral y, allí, vuelca sus mugres que, para empezar poco tienen de “crónica” (debería leer y releer la “Crónica de una Muerte Anunciada” de García Márquez para comprender la precisión de ese género periodístico) y mucho menos tiene de política… O al menos no lo tiene la del pasado sábado 4 cuando, en la cual retoma su perorata contra mi libro y contra mi persona (¿buscará fama a través mío este señor?) e intenta atacarme desde lo literario.

Inicia su diatriba, este señor, diciendo “Aníbal Fernández no es Arturo Jauretche (...) Precavido, Fernández se ocupa de advertir que él carece de las habilidades y recursos literarios de don Arturo”.

Y listo. Ese inicio inhabilita el resto de las casi 1500 palabras utilizadas para decir lo ya dicho. No soy escritor. No soy Jauretche. Aclaro al inicio de mi libro que no pretendo parangonarme… A qué insistir comprando lo incomparable. ¿Cuál es el rédito? ¿O es que se está colgando de los más de 60.000 ejemplares de “Zonceras…” vendidos? (cifra que Alaniz no puede ni soñar para ninguno de los desatinos que ha publicado).

Aceptar, al principio de su libelo, que yo ya dije que no escribo bien es admitir que todo el resto de su análisis ha sido invalidado. Porque este señor insiste en parangonar mi pluma a la de Ricardo Rojas, Lugones o Manuel Gálvez (ojalá pudiese, alguna vez…) para tratar de demostrar que yo “no debo” escribir un libro. Muy democrático el hombre!!!

Sin embargo, este analista módico que, vaya a saber qué otros méritos porta para que le entreguen una página de este diario (aunque alguna idea me hago del porque El Litoral, entre otros blasones, cuenta con el de ser destacado miembro de ADEPA), ha dejado los dedos marcados con su comentario de panfleto. Plantea, de arranque nomás, las diferencias entre “Vivaldi y Varela-Varelita o entre Piazzolla y la Mona Jiménez” para establecer la distancia que me separa de Arturo Jauretche. Y es en esa frase donde este miserable se muestra por entero: pertenece a esa piara del mediopelo argentino que separa entre “lo culto y lo popular”.

Un nuevo propalador de “Civilización y Barbarie” en una construcción que ni siquiera le pertenece (porque Alaniz es muchas cosas, menos original): Vivaldi es la Civilización y Varela-Varelita la Barbarie… Já!!! Si este señor tuviera el ritmo y la cadencia de Varela-Varelita, no tendría que andar alquilándose como mercenario de los sectores más retrógrados de la política vernácula (y no lo digo por sus comentarios sobre mi libro, lo digo por las posiciones que viene defendiendo, como por ejemplo sus genuflexas entrevistas a Natalio Botana o a Luis Alberto Romero, sin dejar de lado la que le hizo en febrero último a Ricardo Alfonsín, en la que, al correr de las preguntas, uno se lo imagina a Alaniz sacando la lengua y saltando alrededor del candidato radical, haciéndole fiestas y moviendo la cola).

Pero el hombre insiste. Avanza trabajosamente tratando de parangonarme en forma desfavorable con otros grandes autores argentinos. Se obsesiona por mostrar que contradigo a Borges, a Cortázar, a Piglia, a Saer y hasta al mismísimo Jauretche con mi opinión respecto de Sarmiento (cosa que no es cierta: no critico al Sarmiento escritor, que es al que ellos admiran… critico al político). Descubre la pólvora al mostrar cuál es la intención de mi libro enarbolando el listado de la “antibibliografía” y me condena, en el último párrafo por sentir “cris – pasión”, es decir, por sincerarme, por expresar abiertamente mi admiración por la Presidenta de la Nación. Es decir, me critica por todo lo que mi libro expresa abiertamente.

Y para cerrar, dirigiéndose al lector, dice “usted sacará sus propias conclusiones. Yo ya saqué las mías”, un recurso demasiado ordinario para anclar conceptos en el lector que ya no utilizaría ni un estudiante de primer año de comunicación social.

Un verdadero engendro. Un dislate que pretende ser político, cree ir por lo literario y no es otra cosa que una colección de nombres famosos de nuestra literatura que se encuentran en Wikipedia.

Eso sí, se ve que ésta vez, Alaniz, se ha ocupado de hojear mi libro (no de leerlo, pero sí de hojearlo) aunque ha cometido el pecado de seguir sin leer Jauretche y de volcar, en su nombre, conceptos que Arturo Jauretche no sólo no avalaría sino que además lo retaría a duelo por falsearlo (me hubiera gustado ver a este ganso, al amanecer, a orillas del Paraná, bloqueando las estocadas de Don Arturo Jauretche).

Un texto despreciable de un autor ídem. Un brulote tan innecesario como limitado. La opinión de un muchacho evidentemente limitado en su intelecto que, como suele ocurrir con estos casos, se ha obsesionado con este libro y con mi persona. Es que, acaso por pertenecer a los sectores que pertenece, Alaniz incurre en esa práctica remanida que “Zonceras…” denuncia: “aquello que odian es también lo que admiran (…) lo que rechazan es lo que envidian”.

En fin, si del análisis se desprende que este tipo me admirara, aclaro que prefiero que me siga detestando con toda su alma!!!