martes, 30 de septiembre de 2008

Digo que yo no soy un hombre puro

Yo no voy a decirte que soy un hombre puro. Entre otras cosas falta saber si es que lo puro existe. O si es, pongamos, necesario. O posible. O si sabe bien. ¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura, el agua de laboratorio, sin un grano de tierra o de estiércol, sin el pequeño excremento de un pájaro, el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno? ¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro, yo no te digo eso, sino todo lo contrario. Que amo (a las mujeres, naturalmente, pues mi amor puede decir su nombre), y me gusta comer carne de puerco con papas, y garbanzos y chorizos, y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos, y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino, y fornico (incluso con el estómago lleno). Soy impuro ¿qué quieres que te diga? Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas cosas puras en el mundo que no son más que pura mierda. Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario. La pureza de los novios que se masturban en vez de acostarse juntos en una posada. La pureza de los colegios de internado, donde abre sus flores de semen provisional la fauna pederasta. La pureza de los clérigos. La pureza de los académicos. La pureza de los gramáticos. La pureza de los que aseguran que hay que ser puros, puros, puros. La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia. La pureza de la mujer que nunca lamió un glande. La pureza del que nunca succionó un clítoris. La pureza de la que nunca parió. La pureza del que no engendró nunca. La pureza del que se da golpes en el pecho, y dice santo, santo, santo, cuando es un diablo, diablo, diablo. En fin, la pureza de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma. Así lo dejo escrito.

Nicolás Guillén

Nicolás Cristóbal Guillén Batista nació el 10 de julio de 1902, en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre, hijo del periodista Nicolás Guillén Urra y de su esposa Argelia Batista Arrieta. Su padre murió, a manos de soldados que reprimían una revuelta política, en 1917, y ello significó la ruina económica de la familia.
La madre, una mujer de carácter y valor, se encargó de la formación de sus hijos y de la dirección del hogar. El recuerdo del padre fue conservado siempre por el hijo, quien, muchos años después, en la década del cincuenta, lo evocaría intensamente en su "Elegía camagüeyana". Por lo demás, su familia tenía un determinado nivel cultural y social.En sus Páginas vueltas, de tono autobiográfico, Guillén ha contado: "Si se me preguntara a qué clase social pertenecía mi familia en aquella época, yo diría con toda seguridad que a la pequeña burguesía negra".
Fue un poeta mulato que confesó que su poesía era “la herencia de mi abuelo blanco y de mi abuelo negro”.
La obra de Guillén se caracterizó por reivindicar al negro oprimido e igualarlo con el hombre blanco. De esta manera llegó a lo que él mismo llamó “el color cubano”: ni negro ni blanco, mestizo, rasgo distintivo de toda Latinoamérica.
En 1983 recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba. La muerte, después de una larga enfermedad, lo encontró el 17 de julio de 1989.


Hurtado, sin que se me mueva un músculo de la cara, al taller LEER PORQUE SÍ, que siempre están queriendo compartir, entre tanta basura que encuentran en la red, textos que enriquezcan y nos hagan pensar y disfrutar. Visitalos

sábado, 20 de septiembre de 2008

No confiaría en tu dios ni aunque existiese

¡Cuánto sadismo, cuánta hipocresía, qué manera de vivir sumergidos en aguas viscosas, ácidas, putrefactas y malolientes! Condeno mil veces al cristianismo a pudrirse en el infierno que ellos mismos han creado. Les digo más, criaturas deformes, No confiaría en tu dios ni aunque existiese.

A propósito de la información que la justicia denegó la posibilidad de abortar a una niña de 12 años en Mendoza, violada por su padrastro.

"Pero si alguien es niña, si tiene doce años, si fue abusada y si está embarazada, probablemente tenga de sí misma y del mundo ideas distorsionadas, como está distorsionado el propio cuerpo con ese embarazo que no le tocaba, con eso que le fue impuesto con una violencia tan pasmosa que no podemos decir ni una sola palabra que la encarne. Esa violencia y sus legados pertenecen a un mundo del que no sabemos nada. Somos extranjeros de ese sufrimiento. Y entonces, un sí o un no, ¿qué significan? ¿A qué responden? ¿Qué le habrán preguntado a la niña mendocina? ¿Querés tener a tu bebito? O, ¿querés matar a tu bebito? O, ¿querés interrumpir tu embarazo? O, ¿querés que tu bebé siga creciendo adentro tuyo, así después lo cuidás y jugás con él? ¿Qué le habrán preguntado que la niña mendocina dijo que sí?
Es tan fácil andar castigando los cuerpos y las mentes ajenas, embanderándose con la religión católica y con sus preceptos sobre el ser persona del pre-feto de cinco minutos de vida. Es tan fácil llenarse la boca con el amor a la vida mientras se toma por asalto una habitación de hospital donde una niña de doce años se debate en el horror de sí misma y en los enigmas del destino. Es tan cruel y tan ciego cargar con la propia moral sobre una niña que es una niña, sobre esa niña a la que una violación y un embarazo no le han quitado su dignidad de niña, y por lo tanto no puede y no debería decidir sobre el irreversible paisaje de su propia vida, ya desarticulada de la felicidad, ya hundida en el horizonte de la maternidad a una hora que no es, de la forma que no es, con sentimientos que no son, y como resultado de un terrible recuerdo que ya lleva tatuado en la mente.
Las tribus fundamentalistas católicas se han dado un festival en Mendoza. No hay ningún atenuante para interrumpir un embarazo cuando el punto de vista es religioso. Ninguno. Ni doce años ni la violación de un padrastro. Un embarazo para esas tribus fundamentalistas y para los jerarcas del Vaticano que imparten las normas de las vidas que ellos no viven, ya no es un embarazo. Es un símbolo. Es una última trinchera tras la que resisten exactamente los mismos que dicen que el preservativo es inútil para prevenir el VIH, y desaconsejan su uso. Un embarazo es nada menos que el resultado justo de un coito. Es el propósito último que dispensa el deseo sexual y lo sublima. Por esa lente distorsionada se sublima hasta la perversión de un violador, si como resultado de la violación hay embarazo. Hay quien dijo que la peor de las perversiones es la abstinencia.
Pero no nos gobierna la Iglesia Católica. Si fuera así, tampoco habría divorcio. Apenas volvió la democracia, el debate sobre el divorcio también hizo salir a la calle a la reserva católica con fobia al mundo. Fue Santo Tomás, un ex libertino, el que designó a las cosas de este mundo como “inmundas”. Este mundo, se sabe, es el escenario en el que transcurre lo humano. En este mundo vivimos como podemos, hacemos lo que podemos, sufrimos lo que nos toca. Pero es necesario hacer visible la vara que mide nuestras inmundicias. El sexo no es inmundo; ni el sexo con amor ni el sexo sin amor son por sí mismos inmundos. Hay coitos inmundos, cómo no, así como hay abstinencias aberrantes. La Iglesia Católica puede dar fe del resultado aberrante de muchas de las abstinencias que patrocina. No es casual que los varios juicios que se llevan adelante en este momento contra sacerdotes católicos pedófilos tengan como víctimas no a niñas sino a varones. La faja de la represión suele abrirse con fuerza por el lugar más apretado. Las pulsiones humanas no pueden mantenerse fajadas, y estallan de las maneras más crueles cuanto más se ha querido aplastarlas.Las fanáticas pro vida que entraron a la habitación de hospital donde estaba internada la niña mendocina a la espera del aborto que había solicitado su madre y que le fue negado, esas brujas que entraron con sus folletos de fetos muertos y sus palabras terribles a convencerla de que no abortara, consiguieron lo que buscaban. Han ganado una batalla a costa de la vida de una niña de doce años. Se han engullido su futuro y sus emociones. Son caníbales.